Los seres humanos somos
luchadores por naturaleza. Nos caemos cientos de miles de veces
durante nuestra vida, sin embargo son muy pocos los que deciden no
levantarse después de un golpe.
Sufrimos
las más duras crisis, los cambios más radicales, el dolor más
agudo, pérdidas casi intolerables, desastres mortales, y la lista
sigue sin consuelo y casi inmisericorde, pero aun, cuando todo parece
perdido, siempre la humanidad encuentra la salida y hasta el día de
hoy seguimos en pie, como si de guerreros míticos hablásemos.
Bendita sea la hermosa creación de Dios por esto.
En
medio de todo esto se ha visto un talón de Aquiles en los hombres,
algo de lo que no han podido escapar muchas generaciones, y es que
aunque poseemos una extraordinaria capacidad para resistir el dolor,
no hemos aprendido a ser capaces de soportarlo en soledad.
El
sentimiento de soledad, el abandono, la ausencia y el silencio fuera
de la paz no son sino las últimas palabras de aquellos que bajaron
la guardia en sus vidas para no volver a vivir.
Este
Salmo es una luz de vida, un rayo de luz en medio de la más densa
oscuridad de los afligidos.
El
salmista expresó que se GOZARÁ y ALEGRARÁ en la misericordia de su
Dios. Y esta expresión no vino sino hasta que este supo que no
estaba solo en medio de sus dificultades y las angustias por las que
estaba pasando su alma.
¿Qué
sabía este mortal que muchos han ignorado? ¿Acaso se puede uno
alegrar o gozarse en las peores circunstancias de esta vida?
Parece
que una vez más la respuesta que Dios nos ofrece en su Palabra es
sí, contra todo pronóstico, es sí.
Y es
que se puede sufrir y seguir adelante, pero sufrir en soledad es casi
“la crónica de una muerte anunciada”. Pero, en medio de todo
esto, el consuelo del salmista nos enseña que Dios, por su amor
inagotable está pendiente de nuestras dificultades y se preocupa por
esto que angustia mi alma y tu alma.
Es
como escuchar a Dios diciendo, no estás solo, yo estoy pendiente. Yo
tengo cuidado de tu persona en medio de todo esto, mi amor está
cerca, sigue, sigue, no estás solo, yo voy a tu lado.
Por
eso es que todo aquel que se ha decidido por Dios nunca más caminará
solo.
Ya uno
pagó el precio de la soledad en la cruz del calvario, para que no
nos fuese cobrado, sobre todo en el tiempo de las dificultades o las
angustias del alma.
Después
de este salmo, siempre resonará el eco de sus palabras, pagando el
precio de nuestra soledad:
"Dios
mio porqué me has desamparado".
Jesús
pagó para que aunque yo pase por dificultades (y seguro será así)
encuentre consuelo en estar seguro que puedo alegrarme y gozarse en
su amor inagotable, que siempre se manifestará para mi.
De hoy
en adelante, nunca más caminaremos solos otra vez.
Eso me
consuela, confío en Dios que a usted también lo consolará.
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