Había un día a la semana que me llenaba de mucha expectativa, era diferente a otros por su característica tan peculiar. Ese era el día que compartía con mi grupo o mejor conocido por otros, como mi célula en casa. Teníamos una reunión a la semana con jóvenes que aún no conocían a Dios de una forma transformadora. Yo ya era cristiano desde hace unos cuantos años.
Recuerdo que era una casa que generalmente se ocupaba como sucursal de oficinas de una empresa de muebles, la cual se desocupaba temprano ese día en particular para llevar a cabo la reunión. Yo amaba ese grupo, y recuerdo a los asistentes de una forma muy especial.
A manera de una pequeña descripción de algunos recuerdo que nos acompañaba un (peludo) rockero con alma de buena gente, un par de vecinas extraordinariamente alocadas pero fieles al grupo, a la buena onda, al fashionismo y a la amistad. Ocasionalmente tuvimos visitas que dejaron marcas, como si hubieran hecho casa del corazón, para nunca irse del alma; una de ellas era aquella muchacha modelo de hípicos y tarimas móviles. Hace poco tiempo había asistido a una actividad propia de su particular profesión,cuando de regreso a su casa sufrieron un accidente automovilístico (gracias al acompañamiento incongruente del licor y el volante) donde perdió gran parte de su brazo derecho, y también así un poco de ganas de la vida. Nos dijeron que la depresión estaba dejando heridas incurables en ella, que el grupo era una buena oportunidad para exponerla al consuelo que viene de Dios. Cuando ella llegó, esperábamos ver sus ojos apagados, sus mejillas gastadas de tanto llanto y con el ánimo por el suelo. En lugar de eso vimos el brillo de una sonrisa que da gracias por la vida y escuchamos historias que salieron de su boca, sorprendentes.
Desde los detalles de la tragedia, hasta el cómo aprendió a usar la computadora, ajustarse el botón de su pantalón, utilizar cubiertos sin problemas, chatear por sms, todo con la mano izquierda (sin ser su mano fuerte), y todo de aprendizaje y adiestramiento en tiempo récord. Uno la escuchaba y no podía evitar verse los brazos y dar gracias (mentalmente) por tener consigo ambos miembros superiores en buen estado y completos. Qué lección de vida nos dio esa jovencita esa noche. Su brazo se había ido, pero su corazón de modelo hizo gala de sus sueños y nos contagio de su sonrisa. Lo último que supe de ella es que se casó, sin bajarle brillo a su rostro alegre por supuesto.
Pudiera contar un poco más de esas experiencias que hicieron de este grupo merecedor de la palabra: INOLVIDABLE, pero vamos más bien al grano del asunto.
Fue una noche de grupo normal, mi compañero a cargo y yo compartimos la reflexión como mejor lo sabíamos hacer. Hablamos del pecado, de lo sucio del corazón del no cristiano y hasta sonamos una canción que hacía alusión al tema, para reforzar en caso de que no estuviera claro todo. Al final, me gustaba, además de hacer un llamado a los asistentes a "recibir a Jesús" en su corazón y también preguntas para saber si entendieron el mensaje expuesto. Acá es donde estuvo el problema para mí, fue cuando uno de ellos preguntó lo que nunca voy a olvidar: ¿Porqué ustedes los cristianos hablan de Dios como si ustedes fueran mejores que nosotros? ¿Porqué nos hacen sentir como si ustedes son los buenos y nosotros no?
En el momento no supe responder, tuve que calcular bien mis respuestas pero al final no sentí que estaba capacitado para ser preciso, solo supe hacer lo correcto, y me disculpé por mi atrevimiento al predicar de esa manera y les aclaré que ese no era nuestro objetivo, y creo además que lo demás que respondí fue solo adorno.
Yo sabía que lo que yo predicaba no estaba equivocado, después de todo era cierto, pero mi manera de hacerlo alejaba más a las personas de querer conocer al Dios que yo declaraba conocer.
Concluí muchas cosas desde esa noche; que debía cambiar mi forma de compartir, que yo no era tan bueno como para querer parecerlo, que no soy mejor que nadie por haber recibido algo por lo cual yo no pagué, el perdón de mis pecados, a lo que llamamos gracia.
Uno no puede estar orgulloso de haber recibido gracia, no se puede presumir del perdón otorgado por Dios y tampoco se debe hablar de la libertad de la cruz con libertinaje. Yo sí lo hacía, y pagué el precio de la vergüenza pública por cometer ese pecado.
Yo era un cristiano con un sucio corazón. El orgullo es pecado, y el pecado ensucia el corazón.
El que debía confrontar a "los pecadores" fue confrontado por su pecado. Yo les dije que se dejaran limpiar el corazón, pero era yo el que necesitaba que limpiaran el mío primero.
Tuve que pedir perdón por mi sucio corazón a Dios, le supliqué que lo limpiara con su sangre derramada en la cruz, y debido a su inmenso amor así fue, lo supe en lo más profundo de mi alma.
Saqué de mi vocabulario la horrorosa palabra "mundano" (que por cierto es antibíblica y ofensiva), aprendí a mezclar el tema del cielo y infierno con las palabras: Jesús, Cruz, Sangre, Gracia, Perdón, Resurrección y Vida Eterna. Aprendí que el mensaje de la Salvación y la muerte del hijo de Dios por los pecadores es lo suficientemente confrontativo como para que yo les quiera sumar mis propios comentarios o métodos pedagógicos "correctos".
Comprendí que soy del montón que urge de la gracia y del amor inmerecido, y que debo pedir perdón por mis errores cada día, que no soy mejor que los que aún no conocen a mi amado Señor Jesucristo como SALVADOR, que debo ser humilde al compartir de Dios con otros y por último, que así como un día recibí gracia, debo llevar gracia y no condenación.
El grupo un día se deshizo, no nos volvimos a reunir. Cuando por cosas de la vida llego a ver a alguno de ellos, siempre me preguntan: ¿Cuándo vamos a tener grupo de nuevo?
Creo que pensando en ellos, esa es una excelente pregunta.
"¿Quién puede decir: «He limpiado mi corazón;
soy puro y estoy libre de pecado»?" Proverbios 20:9 [La Biblia NTV]
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