Aún no entiendo porqué, pero se supone que donde hay un vacío no existe nada. Sin embargo cuando se trata del vacío en el corazón siempre hay algo, más bien, siempre hay mucho. En el espacio vacío de un corazón siempre está la pena, el dolor, los recuerdos buenos y malos, los retratos de los rostros y las palabras de aquellos que amamos y que se han ido, siendo estas personas ausentes las causantes de dicho vacío.
Ha visto a una esposa llorando desconsoladamente por el esposo que se ausenta para siempre de esta vida. Un hombre que gime, sufre, se lamenta por la pérdida de un hijo que con el pasar del tiempo debía enterrar a su progenitor y no de forma inversa como ahora ocurre. Un joven le da el último adiós no solo al soldado fiel, sino también a su mejor amigo. Un papá que no volverá, una novia que no llegó al altar, un inocente que no vio justicia en vida, un niño que parte hacia una mejor vida de la que hoy vivimos.
El amor siempre lo llena todo, por eso nos hace tan felices cuando amamos y somos amados. La muerte por eso es tan odiada y temida, porque siempre se lleva nuestro todo y deja vacíos a aquellos que estaban llenos.
Recuerda a María, la madre de Jesús. Ella amaba tanto a su hijo que arriesgó su propia vida para verlo morir de cerca.
Recuerda a los amigos íntimos del Maestro, esos once que compartieron con Jesús sus vidas, sus sueños, sus secretos, sus temores y sus alegrías. Ellos huyeron la primera vez cuando todo se puso mal, pero después de esa vez, nunca más volvieron a alejarse de él.
Seguramente a esta lista se suman muchos de los que fueron sanados por Jesús. Todos estos también tenían mucho en común, su amado Señor se había ido. ¿Qué quedaba por hacer? ¿Cómo llenar el vacío que un hombre tan especial dejaba en ellos? Solo quedaban los retratos de sus sonrisas, el eco de su voz, el aroma en sus ropas, el recuerdo de su transitar por las calles que hasta hace días él recorría, las escenas inolvidables. "¿Qué no haríamos por escuchar sus regaños de nuevo?" "¿Qué no pagaríamos por un día más en la playa con él?" "¿Qué no daríamos por verlo de nuevo?" Seguramente con estas palabras se consolaban mientras se juntaban a lamentar su muerte. - Pero, un momento, -dijo uno de ellos, -Jesús dijo que al tercer día resucitaría y que lo volveríamos a ver.
- Basta ya, -replicó otro, - dejemos que el tiempo cure nuestras heridas.
Ese sábado por la noche, juntos en ese cuarto, seguramente fue para ellos el espacio más vacío que alguna vez probaron.
Tal vez fue Tomás el último en ir a dormir esa noche, cerca de la última vela encendida y no queriendo apagarla, viendo como se quemaba lo poco de esta y con ella, quemando lo último de esperanza que quedaba en su corazón de que fueran ciertas las palabras de su amigo, que al tercer día volverían a verlo.
Seguro que apagó la lámpara, y antes de cerrar sus ojos le susurró al vacío que había en su corazón: - El domingo pronto llegará.
sábado, 19 de abril de 2014
viernes, 18 de abril de 2014
¿QUIÉN ES ESE HOMBRE QUE COLGABA DE LA CRUZ?
¿Quién eres? ¿Dime quién eres? Esta parece una pregunta simple, sencilla y casi sin importancia, común y aparentemente ridícula para la persona promedio. Pero para Jesús esta pregunta es un dardo envenenado que lo ha perseguido toda su vida, queriendo hacer sangrar su convicción, su corazón y su confianza en su ABBA (papi).
Él está ahí, colgando de una cruz ensangrentada, con sus ojos empañados de sangre, sudor y tanto dolor. Sus brazos están abiertos pero también sus oídos para escuchar una vez más esa voz que le susurra para sembrar la duda: ¿Quién eres?
Todo comenzó aquel día muy temprano mientras él seguramente terminaba de ordenar sus herramientas de carpintería; formón, cepillo, clavos, martillos. Todo en orden e inventario terminado. Él partía para nunca más regresar a su taller, deslizando ligeramente sus dedos por su meza de trabajo favorita se despidió con amor y sin decir adiós.
Llegando al río se unió a la fila para esperar su turno mientras su primo hacía su mejor trabajo del día. LLegó su turno, luego un abrazo, palabras de afirmación y se sumergió para ser bautizado y, eh aquí el inicio:
"Este es mi hijo amado..." Una vez que el Padre en los cielos hiciera esta declaración, tanto el infierno, como la humanidad misma le lanzaron preguntas como si fueran dardos de fuegos: ¿Quién eres? ¿Dime quién eres?
Puede ver a Satanás en el desierto abriendo el debate: ¿Quién eres? Porque si eres de verdad el hijo de Dios entonces haz esto, o aquello... (Énfasis personal tomado de Mateo 4) Juan el bautista: ¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro? (Mateo 11:3) Sus mismos colegas entran en duda: ¿Quién es este... (Lucas 8:25).
La escena final y más cruda se detalla en el mismo momento de su crucifixión:
Salvó a otros —decían—; que se salve a sí mismo, si es el Cristo de Dios, el Escogido. 36 También los soldados se acercaron para burlarse de él. Le ofrecieron vinagre 37y le dijeron:—Si eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo. 38Resulta que había sobre él un letrero, que decía: «Éste es el Rey de los judíos.» 39Uno de los criminales allí colgados empezó a insultarlo:—¿No eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros! (Lucas 23: 35-39)
Los gobernantes le escupen la duda en la cara: ¿Quién eres, un salvador? Entonces sálvate a ti mismo? Sus ejecutores le lanzan escarnio como veneno: ¿Quién eres, un rey? Sálvate a ti mismo entonces? Y qué de su agonizante acompañante de al lado que lo recibe con un poco de amargura: ¿Quién eres tú, no eres tú el Cristo? Sálvate a ti y a nosotros.
Puedo imaginarme a Jesús en esa cruz. Perdió su sangre, dejó escapar el poco oxígeno de sus inflamados pulmones, entregó el cuido de su amada madre terrenal en manos de su amigo, lo entregó todo, lo dejó ir todo, pero lo único que retuvo fue su convicción hasta el final. Recuerda las palabras de inicio: Este es mi hijo... Ahora vea las palabras en su muerte: -Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!Y al decir esto, expiró. (Lucas 23:46)
Inicio: Mi hijo... final: Padre.
Un soldado romano y su compañía de sicarios a sueldo que lo escucharon, vieron como su duda se disipó al escucharlo hablar, al verlo morir con convicción:
54 Cuando el centurión y los que con él estaban custodiando a Jesús vieron el terremoto y todo lo que había sucedido, quedaron aterrados y exclamaron:—¡Verdaderamente éste era el Hijo de Dios!
Al conocer su vida, sus palabras y su muerte, estoy convencido que Verdaderamente éste hombre que cuelga en esa cruz, es el Hijo de Dios. El Salvador del mundo y de mi vida.
Y para usted mi estimado, se atrevería también a preguntar a ese hombre ahí crucificado: ¿Quién eres?
Si aún no está convencido le pido que revise con mucho detenimiento las palabras de Jesús en la cruz, estoy seguro que él puede disipar sus dudas y convertirlas en FE para vida eterna, sin siquiera tener que bajar del madero.
Él está ahí, colgando de una cruz ensangrentada, con sus ojos empañados de sangre, sudor y tanto dolor. Sus brazos están abiertos pero también sus oídos para escuchar una vez más esa voz que le susurra para sembrar la duda: ¿Quién eres?
Todo comenzó aquel día muy temprano mientras él seguramente terminaba de ordenar sus herramientas de carpintería; formón, cepillo, clavos, martillos. Todo en orden e inventario terminado. Él partía para nunca más regresar a su taller, deslizando ligeramente sus dedos por su meza de trabajo favorita se despidió con amor y sin decir adiós.
Llegando al río se unió a la fila para esperar su turno mientras su primo hacía su mejor trabajo del día. LLegó su turno, luego un abrazo, palabras de afirmación y se sumergió para ser bautizado y, eh aquí el inicio:
"Este es mi hijo amado..." Una vez que el Padre en los cielos hiciera esta declaración, tanto el infierno, como la humanidad misma le lanzaron preguntas como si fueran dardos de fuegos: ¿Quién eres? ¿Dime quién eres?
Puede ver a Satanás en el desierto abriendo el debate: ¿Quién eres? Porque si eres de verdad el hijo de Dios entonces haz esto, o aquello... (Énfasis personal tomado de Mateo 4) Juan el bautista: ¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro? (Mateo 11:3) Sus mismos colegas entran en duda: ¿Quién es este... (Lucas 8:25).
La escena final y más cruda se detalla en el mismo momento de su crucifixión:
Salvó a otros —decían—; que se salve a sí mismo, si es el Cristo de Dios, el Escogido. 36 También los soldados se acercaron para burlarse de él. Le ofrecieron vinagre 37y le dijeron:—Si eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo. 38Resulta que había sobre él un letrero, que decía: «Éste es el Rey de los judíos.» 39Uno de los criminales allí colgados empezó a insultarlo:—¿No eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros! (Lucas 23: 35-39)
Los gobernantes le escupen la duda en la cara: ¿Quién eres, un salvador? Entonces sálvate a ti mismo? Sus ejecutores le lanzan escarnio como veneno: ¿Quién eres, un rey? Sálvate a ti mismo entonces? Y qué de su agonizante acompañante de al lado que lo recibe con un poco de amargura: ¿Quién eres tú, no eres tú el Cristo? Sálvate a ti y a nosotros.
Puedo imaginarme a Jesús en esa cruz. Perdió su sangre, dejó escapar el poco oxígeno de sus inflamados pulmones, entregó el cuido de su amada madre terrenal en manos de su amigo, lo entregó todo, lo dejó ir todo, pero lo único que retuvo fue su convicción hasta el final. Recuerda las palabras de inicio: Este es mi hijo... Ahora vea las palabras en su muerte: -Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!Y al decir esto, expiró. (Lucas 23:46)
Inicio: Mi hijo... final: Padre.
Un soldado romano y su compañía de sicarios a sueldo que lo escucharon, vieron como su duda se disipó al escucharlo hablar, al verlo morir con convicción:
54 Cuando el centurión y los que con él estaban custodiando a Jesús vieron el terremoto y todo lo que había sucedido, quedaron aterrados y exclamaron:—¡Verdaderamente éste era el Hijo de Dios!
Al conocer su vida, sus palabras y su muerte, estoy convencido que Verdaderamente éste hombre que cuelga en esa cruz, es el Hijo de Dios. El Salvador del mundo y de mi vida.
Y para usted mi estimado, se atrevería también a preguntar a ese hombre ahí crucificado: ¿Quién eres?
Si aún no está convencido le pido que revise con mucho detenimiento las palabras de Jesús en la cruz, estoy seguro que él puede disipar sus dudas y convertirlas en FE para vida eterna, sin siquiera tener que bajar del madero.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)