sábado, 31 de mayo de 2014

LA BENDICIÓN DE LOS DÉBILES

Hace poco encontré un pasaje en la biblia que me hizo reflexionar mucho, haciéndome recordar muchos de mis tropiezos y caídas que he tenido desde que soy cristiano. Con el tiempo he venido aprendiendo que como creyentes tenemos altos y bajos en nuestra vida. Esa es una constante, un común denominador en cada cristiano. Sinceramente no he conocido a nadie que se escape de esto. Algunos se mantienen por más tiempo de pie que otros, pero tarde o temprano tropiezan con algo que los vuelve a tirar.
Hasta este punto le pido que no me mal interprete, no estoy escribiendo esto con el propósito de maximizar las caídas, los fracasos o nuestras faltas, todo lo contrario, lo que quiero compartir es una lección de vida que nos ayudará a mantenernos más tiempo de pie que en suelo de la conmiseración y la culpa.
El pasaje al cual me refiero es este:

"Cuando se consolidó el reinado de Roboam y él se sintió fuerte, dejó de cumplir la ley del Señor, y todo Israel hizo lo mismo". (2 Crónicas 12:1 v. DHH).

Hablando acerca del contexto de este personaje, Roboam era un rey en Israel en los tiempos bíblicos del Antiguo Testamento, sucedía al rey más excéntrico (en términos de sabiduría, riqueza y logros) que había tenido el país, al rey Salomón. El país estaba en la cúspide de su historia y Roboam tenía la responsabilidad de mantener la paz y la extraordinaria reputación de su nación. Hizo su mejor esfuerzo, todo iba sobre rieles, hasta que este pasaje marcó su fin como rey sucesor y como persona.
La lección que Roboam nos ha dejado como un legado tiene que ver con cómo nos vemos y cómo nos sentimos. Este rey sintió que había llegado su mejor momento. Al haber consolidado su reino se veía a sí mismo como un hombre satisfecho, completo, sin necesidad, auto suficiente, estable y exitoso. Esto lo hizo sentirse fuerte, en otras palabras él había disipado sus propias debilidades. Esa fue la piedra que lo hizo caer hasta tocar fondo. Ese sentimiento de "soy lo suficientemente fuerte" fue su talón de Aquiles, tan mortal como para destruir a toda su propia nación.
Trayendo esto a una escena un poco más contemporánea me hace pensar en mi vida. Cuando más fuerte me he visto a mí mismo más propenso he sido a mis debilidades. Cuando más auto suficiente me he sentido, más profunda ha sido mi humillación.
He llegado a la conclusión en mi vida que tengo que aprender a verme como soy en realidad y a no dar por sentado que mis sentimientos son estables. La verdad es que yo soy débil y esa ha venido a ser una de mis más grandes bendiciones. Reconocer mi verdadera condición me ha empujado a depender más de la fuerza que viene de la ayuda de Dios que de mis propias fuerzas. Cuando me he visto débil siempre termino corriendo hacia Dios, cuando me he sentido lo suficientemente fuerte muchas veces le he dado la espalda. 
A muchos el haber consolidado una carrera universitaria o una maestría los hace sentir fuertes. Un alto puesto de trabajo, un salario jugoso, una posición alta en cuanto al liderazgo, un estatus de vida estable. ¿Qué es lo que te hace sentir consolidado, qué es lo que hace sentir lo suficientemente fuerte? 
La bendición de los débiles radica en que se ven tal y como son, no en cómo quieren que los demás los vean. La bendición de los débiles consiste en que están convencidos de que necesitan un trago de la gracia de Dios cada día de sus vidas y por eso se humillan delante de Él antes que ser humillados por Él.
Si usted ha consolidado su vida en base a sus logros le tengo buenas y malas noticias. Las malas es que está a punto de caer en el fracaso y puede que arrastre a muchos con usted. Las buenas son que cada día está a un paso de su propia bendición. Sea honesto con usted mismo y reconozca que sus propias fuerzas no son suficientes para mantener su estabilidad. 
La gracia que Dios le ha dado a los débiles es lo suficientemente fuerte para mantenernos un día más lejos del piso del fracaso y lo mejor de todo es que si tropezamos, solo bastará recordar que somos débiles y que necesitamos de las fuerzas de Dios para volvernos a levantar.