lunes, 16 de diciembre de 2013

EL HOGAR DE TUS PROMESAS CUMPLIDAS

¡Miren, el arca del pacto que pertenece al Señor de toda la tierra los guiará al cruzar el río Jordán!
                                            
¿Quién no ha escuchado o leído acerca de la famosa y extraordinaria historia del éxodo de los israelitas, cuando salieron de Egipto después de haber sido testigos de las diez plagas, provocadas por Dios para liberar a su preciado pueblo de la esclavitud y la opresión?

Es casi imposible pasar por alto el relato del cruce del mar rojo, partido como un impresionante cañón rodeado de dos columnas imponentes de agua que observaban a toda una nación transitar por su fondo.
Sin embargo, el desierto no fue amable con un pueblo que mostró lo mejor de su terquedad en el momento menos conveniente. Es como si el sol inmisericorde sacó a relucir lo más oscuro de su incredulidad para con Dios.

En medio de todo eso, Dios también sacó a relucir lo mejor de él (porque como siempre, él no nos da lo que merecemos, sino lo que necesitamos), su misericordia se convirtió en nube para cubrilos del sol del desierto de día, y se convirtió en columna de fuego, para ahuyentar el oscuro frío de la noche.
Solo once días de obediencia eran suficientes para poder llegar a su hogar prometido. Con tan solo once días de amor sumiso a su Dios, hubieran garantizado su provisión diaria de leche y miel para todos ellos.

Pero la historia nos relata que no fue así, fueron más bien cuarenta años de provocar su propio holocausto.

Seguramente fue duro, mucho más de lo que nos podemos siguiera imaginar. Sin embargo, una vez más, luego de tanta arena, sol y espejismos, volvió con más gracia su misericordia, haciéndolos llegar hasta las riveras del río Jordán, la frontera con su tan ansiado nuevo hogar, lo que ellos llamaban, “Su tierra prometida”.

Para los israelitas, el río Jordán significó la línea fronteriza entre el caos del desierto y la tierra que se les había prometido y que no habían podido alcanzar por tanto tiempo.
Yendo un poco más profundo, cruzar ese río era dar por terminada la frustración, la humillación, el circulo sin salida. Se esperó durante cuarenta años este momento.

El arca iba primero. El arca era el seguro de vida para ellos, la Presencia de su Dios, y su Presencia era la guía para llevarlos al otro lado, donde hace mucho tiempo debieron estar.

Muchas veces es tan duro cuando meditamos en cada promesa que hemos recibido de Dios y que no vemos cumplida en nuestra vida. Dentro de nuestro corazón muchas veces mora una idea casi agónica que nos dice que deberíamos estar en otro lado, un lado mejor del que vivimos ahora.

Para muchos ha pasado tanto tiempo, se han vivido tantos ciclos interminables de luchas y heridas. Después de tanta arena, sol y espejismos se han dejado de preguntar qué estaban haciendo mal, qué les haría falta para llegar a aquel lugar que un día recibieron por promesa o por esperanza; hasta llegan a concluir que ya no vale la pena redundar en pensamientos pues morirán sin ver el bien para sus hijos, que enterrarán a sus seres queridos en la pobreza, serán hijos de la arena y el sol para siempre.
Pero acá está, de nuevo su misericordia llega como un destello, viene como un pasaje en las escrituras para alumbrar lo que el desierto con su arena ya cubrió: "¿Podría acaso el arca llevarte al lugar donde alguna vez soñaste estar?"

El arca, en la persona del Espíritu Santo se está moviendo ahora y va al frente este día, y nos conduce hasta el bendito río fronterizo.
La presencia de Dios es la guía que necesitamos para alcanzar el lugar donde necesitamos estar ahora.
No pierdas el tiempo preguntándote porque no antes, no quites tu mirada del río volviendo tu cabeza para ver de donde viniste, escucha el agua llamándote a cruzar al otro lado.
Si estás en este preciso momento, en este mismo lugar ahora, entonces estás a punto de ver cumplidas tus promesas. Lo único que necesitas es ir detrás de su presencia, ella hará camino en el río, ella te hará llegar.

No es tiempo de quejas ni reclamos, no es momento para alimentar remordimientos y llorar por el pasado.
Es tiempo de cruzar, sigue su presencia, ella abrirá paso y te hará llegar.
Cuando pongas tu primera pisada en tu tierra, la que ahora es tuya como nunca antes la habías soñado seguramente escucharas:

¡Bienvenido!


¡Bienvenido al hogar de tus promesas cumplidas!

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