¡Miren, el arca del pacto
que pertenece al Señor de toda la tierra los guiará al cruzar el
río Jordán!
¿Quién
no ha escuchado o leído acerca de la famosa y extraordinaria
historia del éxodo de los israelitas, cuando salieron de Egipto
después de haber sido testigos de las diez plagas, provocadas por
Dios para liberar a su preciado pueblo de la esclavitud y la
opresión?
Es
casi imposible pasar por alto el relato del cruce del mar rojo,
partido como un impresionante cañón rodeado de dos columnas
imponentes de agua que observaban a toda una nación transitar por su
fondo.
Sin
embargo, el desierto no fue amable con un pueblo que mostró lo mejor
de su terquedad en el momento menos conveniente. Es como si el sol
inmisericorde sacó a relucir lo más oscuro de su incredulidad para
con Dios.
En
medio de todo eso, Dios también sacó a relucir lo mejor de él
(porque como siempre, él no nos da lo que merecemos, sino lo que
necesitamos), su misericordia se convirtió en nube para cubrilos del
sol del desierto de día, y se convirtió en columna de fuego, para
ahuyentar el oscuro frío de la noche.
Solo
once días de obediencia eran suficientes para poder llegar a su
hogar prometido. Con tan solo once días de amor sumiso a su Dios,
hubieran garantizado su provisión diaria de leche y miel para todos
ellos.
Pero
la historia nos relata que no fue así, fueron más bien cuarenta
años de provocar su propio holocausto.
Seguramente
fue duro, mucho más de lo que nos podemos siguiera imaginar. Sin
embargo, una vez más, luego de tanta arena, sol y espejismos, volvió
con más gracia su misericordia, haciéndolos llegar hasta las
riveras del río Jordán, la frontera con su tan ansiado nuevo
hogar, lo que ellos llamaban, “Su tierra prometida”.
Para
los israelitas, el río Jordán significó la línea fronteriza entre
el caos del desierto y la tierra que se les había prometido y que no
habían podido alcanzar por tanto tiempo.
Yendo
un poco más profundo, cruzar ese río era dar por terminada la
frustración, la humillación, el circulo sin salida. Se esperó
durante cuarenta años este momento.
El
arca iba primero. El arca era el seguro de vida para ellos, la
Presencia de su Dios, y su Presencia era la guía para llevarlos al
otro lado, donde hace mucho tiempo debieron estar.
Muchas
veces es tan duro cuando meditamos en cada promesa que hemos recibido
de Dios y que no vemos cumplida en nuestra vida. Dentro de nuestro
corazón muchas veces mora una idea casi agónica que nos dice que
deberíamos estar en otro lado, un lado mejor del que vivimos ahora.
Para
muchos ha pasado tanto tiempo, se han vivido tantos ciclos
interminables de luchas y heridas. Después de tanta arena, sol y
espejismos se han dejado de preguntar qué estaban haciendo mal, qué
les haría falta para llegar a aquel lugar que un día recibieron por
promesa o por esperanza; hasta llegan a concluir que ya no vale la
pena redundar en pensamientos pues morirán sin ver el bien para sus
hijos, que enterrarán a sus seres queridos en la pobreza, serán
hijos de la arena y el sol para siempre.
Pero
acá está, de nuevo su misericordia llega como un destello, viene
como un pasaje en las escrituras para alumbrar lo que el desierto
con su arena ya cubrió: "¿Podría acaso el arca llevarte al
lugar donde alguna vez soñaste estar?"
El
arca, en la persona del Espíritu Santo se está moviendo ahora y va
al frente este día, y nos conduce hasta el bendito río fronterizo.
La
presencia de Dios es la guía que necesitamos para alcanzar el lugar
donde necesitamos estar ahora.
No
pierdas el tiempo preguntándote porque no antes, no quites tu mirada
del río volviendo tu cabeza para ver de donde viniste, escucha el
agua llamándote a cruzar al otro lado.
Si
estás en este preciso momento, en este mismo lugar ahora, entonces
estás a punto de ver cumplidas tus promesas. Lo único que necesitas
es ir detrás de su presencia, ella hará camino en el río, ella te
hará llegar.
No es
tiempo de quejas ni reclamos, no es momento para alimentar
remordimientos y llorar por el pasado.
Es
tiempo de cruzar, sigue su presencia, ella abrirá paso y te hará
llegar.
Cuando
pongas tu primera pisada en tu tierra, la que ahora es tuya como
nunca antes la habías soñado seguramente escucharas:
¡Bienvenido!
¡Bienvenido
al hogar de tus promesas cumplidas!
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